Enfermería
Había, en la sección en la que estuve preso en Regina Coeli, tres enfermeros a tiempo parcial mientras que una cuarta hacía las veces de correturnos. Esta última trabajaba en todas las secciones de la cárcel, por lo que solo pasaba por la sección cuando acudía para asistir alguna emergencia o cuando cubría los descansos de los tres enfermeros titulares.
Dos de los enfermeros eran rumanos. Creo que por eso mismo despreciaban a sus paisanos encarcelados. Uno se llamaba Adriano, mientras que la chica se llamaba Valentina. Con el resto de presos, los que no eran rumanos, eran, simplemente, correctos en el trato. Así, cuando por las noches pasaban repartiendo los sobres de medicina a los enfermos, siempre paraban un par de minutos en cada celda para dar algo de charla. A pesar de ser tarde, siempre encontraban a alguien despierto con quien pegar la hebra.
Recuerdo cómo Adriano se reía cada vez que le decíamos a Mimmo que se levantara para recoger la metadona y de cómo Valentina estuvo a punto de desmayarse cuando le enseñamos la polla recién operada de Rami. No es que se la enseñáramos por morbo, que también. Necesitábamos que le diera algún antibiótico para que no se le pusiera peor y eso, allí en la cárcel, está totalmente prohibido, a no ser que te lo recete el médico o que sepas a quién preguntar. Por supuesto, Valentina nos daba las pastillas bajo cuerda cada noche. Por supuesto, recibió su recompensa por aquello.
De la tercera de las enfermeras titulares, no podría comentar nada. Nada más que era una hijaputa de cuidado. Bastaba una mirada para que se emputara con la celda y eso, como todo en la cárcel, tendría sus consecuencias. Todo lo que tenia de rubia y de tía buena lo tenía de cabrona. Una noche, mientras repartía las correspondientes medicinas en la celda 38, un preso, un viejo, le espetó que llevaba casi un año en la cárcel y que todos los días le daban una pastilla de color rojo para dormir. La de ese día era azul, y quería saber si se habían equivocado o le habían cambiado el tratamiento. Por desgracia, en la cárcel las conversaciones no se hacen a baja voz ni con palabras amables. La enfermera buenorra dio parte de la subversión y los guardias acudieron a realizar una perquisición en la celda a las 6 de la mañana. Encontraron, en un vaso de plástico, la pastilla azul que el preso, por prudencia, no había tomado. Les costó, a todos, dos semanas en celdas de aislamiento y traslado de sección pasado ese tiempo. Así se las gastaba la rubia. Mejor no tener contacto con ella. Hijaputa, como ya he dicho.
A la correturnos le debí, durante mucho tiempo, algunos favores que hizo por mi. Cada vez que venía a la sección hacía que me llamaran como si tuviera cita con ella para tratar algún asunto médico. En realidad, en aquel cuarto pequeño, antesala de la enfermería, me daba varias hojas, normalmente dos veces a la semana, que yo me encargaba de esconder y destruir tras leerlas. Me daba, dos veces a la semana como digo, los mails que mi familia y mi ex-pareja le enviaban para mi. A la vez, yo le daba unas cuantas hojas manuscritas que ella, en su tiempo libre escaneaba y enviaba, con total dedicación, a mis familiares. Nunca nadie supo de esta forma de contacto con el exterior: ni los compañeros de celda, ni los abogados y mucho menos los guardias de la sección. Hay cosas que mejor callar. Esos favores quedaron pagados en su día. Concretamente a los tres días de salir de la cárcel.
Aun a día de hoy, a veces recibo algún mail de esta mujer, preguntándome cómo estoy y deseándome siempre lo mejor. Es lo que tiene el haberse conocido por casualidad en la cárcel y el haber pagado, de forma generosa, los favores recibidos.