Cagadas
Creo que he comentado en alguna ocasión la disposición que tenían las celdas en Regina Coeli. Se trataba de tres pequeñas estancias interconectadas por una especie de hueco en el muro, que hacía las veces de puerta, sin puerta. En la última estancia, en la del fondo a la izquierda, se situaban la cocina y el baño, separados estos por un cierre metálico con cristales de esos que no se pueden romper fácilmente.
Lo de que no se pueden romper fácilmente lo averigüé el día en que vi cómo un tío de más de 100 kilos caía como el plomo sobre una de estas cristaleras y esta no se resentía. Ni lo notaba.
Esta separación por cristaleras hacía que tanto el íntimo momento de cagar a pulso, como el necesario momento de cocinar la cena, fuera un engorro. Total. Porque aquí cagar, lo que se dice cagar, cagamos todos. También a veces a pulso, como digo. Pero ahora de hacerlo para ti a hacerlo en público, la diferencia es grande. De hacernos pajas ya ni hablamos, claro.
Los presos solíamos arreglar este problema de intimidad con un poco de papel de periódico y mucha cola vinílica. Concretamente, con dos periódicos y con ocho botes de cola a diario. Cada vez que hacían conteo en la celda, el guardia de turno decía que o quitábamos los papeles de los cristales y los dejábamos más limpios que una patena o nos empapelaba él a nosotros y nos llevaba a todos al séptimo, a las celdas de aislamiento.
El periódico lo recibíamos gratis a diario. Solo algunos privilegiados. La cola, la comprábamos los martes y llegaba los jueves. Bastaba ver en el cuaderno de la compra 56 botes de cola para averiguar lo que íbamos a hacer. Cubrir una y otra vez los cristales del baño. Varias veces al día.
Eso era así hasta que un día, con mucha tranquilidad y más discreción, hablé con el guardia encargado de revisar mi celda. Desde ese día, y a cambio de 100 eurazos semanales, dejamos de cambiar los papeles dos veces al día y pasamos a tener que cambiarlos una vez al mes. Lo que viene siendo “hacer la vista gorda”. Sí. He pagado 400 euros al mes por cagar tranquilo. ¿Qué pasa?.
Presos astutos, como Albano, tardaron un día, solo un día, en darse cuenta de que no cambiábamos las cubiertas varias veces al día. Fue al ver un periódico del día anterior aún pegado en la cristalera. Es lo que tiene la vista gorda.
Desde ese día, algunos presos amigos venían a defecar a nuestro baño por las mañanas, mientras las puertas de las celdas estaban abiertas. A bote pronto sé que puede parecer escatológico, pero ni os imagináis la de pago de vuelta que recibí por este favor de mierda. Aquí estoy, vivo y coleando, con diez dedos en mis manos y diez más en mis pies.
A la segunda semana de no tener que cambiar los periódicos, estuvimos a punto de romper nuestro trato con el guardia. No porque él no cumpliera, que cumplió como un campeón, sino porque nos aburríamos. Leer las mismas páginas del periódico durante un mes seguido cansa mucho. Muchísimo.
Alguna persona, posiblemente, se preguntará cómo hacía para que el dinero en efectivo entrara en la cárcel. Meter 100 euros semanales en chiqui-chiqui en la cárcel no es fácil. Ni fácil ni está permitido. Otro día lo contaré. Cuando todo acabe.